La SEP: sin amor por el saber

Por Carlos Vargas

Recientemente, se ha generado un movimiento organizado, principalmente, por docentes que imparten materias de filosofía a nivel medio superior a lo largo y ancho de la República mexicana (puede consultarse en la página del observatorio filosófico y el Blog del mismo). Dicho movimiento se ha erigido como una respuesta que pretende eliminar a la filosofía (es decir, asignaturas filosóficas) de los planes de estudio, de acuerdo con la Reforma Integral de la Educación Media Superior (RIEMS). Se ha suscitado, pues, un llamado a la comunidad filosófica para unirse frente a las disposiciones llevadas a cabo por la Secretaría de Educación Pública (SEP) y, por supuesto, por el gobierno federal.

Si bien son alarmantes tales acontecimientos, ellos incitan, cuando menos, a reflexionar sobre la valía y necesidad de la filosofía en la sociedad mexicana. En verdad, la imposibilidad de hacer ver que la filosofía es importante para el hombre en un mundo pragmático orientado por la economía, la tecnología y aspectos afines, ha derivado en acciones concretas frente al único ámbito que le quedó a la filosofía: el académico.

El problema no es menor. Si la filosofía desaparece de la educación media superior, ello implicará el cese del campo laboral de la mayoría de los egresados de las carreras de filosofía que algunas universidades aún imparten. Si ello ocurriese, la filosofía se limitaría a la enseñanza universitaria o a la investigación; pero si no hubiese materias filosóficas en la educación media superior, el interés por la “ciencia primera” no podría ser estimulado. Por otro lado, la poca garantía de poder trabajar en el ámbito filosófico haría pensar a más de uno en su decisión de invertir su vida en pos de la verdad (aunque, claro, podría haber alguno que otro emprendedor que abra campo laboral, haciendo "curiosidades y recuerditos" filosóficos, como los ejemplos que sugiere Priani).

Es insólito que el filósofo deba defender su labor. Antaño; con tal de acallar al filósofo, el poder censuraba so pena de muerte al amante de la verdad. El sistema contemporáneo no ataca la vida del filósofo porque éste lo critique; lo embiste –mejor dicho, lo niega– porque no le encuentra una utilidad que lo alimente. El filósofo hace cosas, paradójicamente, in-útiles.

Desde una humilde opinión, ha de expresarse que la exigencia que la comunidad filosófica ha pronunciado a las autoridades competentes es menor frente a la responsabilidad de cada filósofo consigo mismo y con sus oyentes (o alumnos). Si el terreno de la filosofía es la academia, entonces en ella es donde debe entregar su vida para intentar contagiar –en términos de Unamuno– a quienes tengan en ciernes un ethos dispuestos a escuchar a la filosofía. Mientras haya filósofos, habrá filosofía.

En el Milenio diario, también se ha tocado este tema.