sábado, octubre 30, 2010

Philippa Foot (1920-2010)


Apodada "la gran dama de la filosofía", formó parte del más memorable grupo de mujeres filósofas en Oxford durante el período de posguerra, que se dedicaron a estudiar tenazmente los problemas morales emergentes a raíz de la crisis humana de la época:  la sobresaliente filósofa GEM Anscombe (1919-2001), la baronesa Mary Warnock (1924) y la famosa novelista y filósofa Iris Murdoch (1919-1999). Con esta última guardó una larga y muy cercana amistad.*

Junto con la aclamada filósofa, GEM Anscombe, fue parte del pequeño grupo de académicos, que se opusieron en Oxford a que Harry S. Truman, ex presidente de los EEUU y arquitecto del genocidio de Hiroshima y Nagasaki en 1945, fuera condecorado con un doctorado honoris causa.

Fue una de las pioneras en el resurgimiento de la ética de las virtudes. Voraz crítica del pensamiento conservador y moralino, de las plumas filosóficas autocomplacientes y desconectadas del mundo real. Famosa por conservar amistades bohemias y salvajes, siempre luchó contra las tendencias escépticas y relativistas en el pensamiento ético de la caprichosa posmodernidad, pero también se caracterizó como una fuerte opositora del cálculo moral rigurosamente lógico e inhumano. Describió la labor del filósofo similar a la de un geólogo que golpetea con un martillito un alto risco, en que descubre muchas fracturas.

Fallece en California, el 3 de octubre de 2010, el día de su cumpleaños número 90.

*Fuente: obituario publicado en el periódico izquierdista inglés The Guardian, octubre 5 de 2010.

miércoles, octubre 13, 2010

Filosofía y prácticas institucionales

A propósito del último coloquio de estudiantes de filosofía celebrado los días 11 y 12 de octubre en la FFyL de la UNAM, quisiera señalar algunas cuestiones.

Creo que la idea principal era realizar una profunda reflexión crítica y propositva acerca de las prácticas instituidas alrededor de la imagen universitaria y la vida filosófica dentro de la academia. Me parece que la mayoría de los ponentes coincidieron en varios puntos. Entre los que más destaco: que la universidad no es perfecta, que inhibe en muchos casos y en los peores definitivamente entorpece o destierra la creatividad filosófica de los estudiantes. Que propicia la burocratización del filosofar, entorpeciendo la libertad de pensamiento, al subordinar su quehacer a intereses ajenos a la auténtica y honesta reflexión sobre la realidad circundante. Que los filósofos de la facultad tienen fuertes carencias en su forma de practicar la filosofía. Que la filosofía no ha sido producida en atención a guardar un vínculo especial con los temas de interés público. En fin, que la institución universitaria ha llevado a la filosofía a la crisis, cuando había prometido preservarla de desaparecer.

Frente a esta problemática, se ha propuesto que los filósofos abandonen muchas de las prácticas aprendidas en las aulas universitarias para cambiar su propia situación social desventajosa. Por ejemplo: abandonar los aires de grandeza profesional que se elevan y mantienen distancia con el vulgo "ignorante"; abandonar el lenguaje críptico que simula sabiduría pero esconde una profunda incomprensión de los objetos de reflexión filosófica; abandonar la idea de la filosofía como el estudio erudito de las grandes personalidades filosóficas de la historia (europea); abandonar el fervor sucursalero y la avidez de novedades filosóficas. También se propone ensayar medios alternativos de difusión o reflexión filosófica: como invadir la internet, expresar ideas en medios alterativos: gráficos, en audio y video, fundar círculos estudiantiles de lectura, ensayar y propagar categorías originales que respondan a la realidad circundante, que recordemos el compromiso social con las masas para llevarles productos de calidad que les ayuden a comprender de maneras novedosas e iluminadoras la circunstancia que vivimos, ya sea mediante el uso de la herramienta filosófica para el análisis de cuestiones públicas, o bien la democratización de dicha herramienta para favorecer la difusión de su uso.

En lo personal me parece increible que los estudiantes de hoy hallamos heredado los problemas de los estudiantes y profesores de ayer. Todavía no hay un verdadero diálogo entre las distintas tradiciones que pueblan la facultad. Y peor aún: este diálogo inexistente ha conducido a la dispersión intra-generacional y la falta de una solidez suficiente para que la filosofía producida sobreviva fuera de los pasillos universitarios. El diálogo es lo que permite que una filosofía obtenga su peso verdadero. (Es curioso señalar la casi total ausencia de ponentes femeninas y de asistentes de mi generación (2005-2008).) El diálogo comienza entre nosotros mismos, y luego debe mirar más allá de su burbuja de confort hacia otras áreas. Sin esta labor, la filosofía languidece hasta el estertor, y en el "mejor" de los casos la academia sólo conserva momias o fósiles cuyo estudio es estimulado por la mera curiosidad de la erudición arqueológica.

La tarea que se nos impone es llevar a efecto algunas, varias o todas las propuestas sugeridas para dar solución al problema que todos los participantes hemos reconocido en nuestras instituciones. Debemos revivir la filosofía. Quizás la forma de concebir estos mismos coloquios estudiantiles tenga que ser replanteada bajo la problematización que se ha propuesto. Pero no hay que perder el objetivo principal: mantener los lazos que vinculan a la comunidad filosófica con el fin de generar una mejor y más sólida filosofía.


Aquí dejo la liga al texto que escribí para la ocasión.

martes, septiembre 14, 2010

El secuestro del jefe Diego

Ayer se difundió por los medios el tercer mensaje que da noticia sobre la situación del secuestro del ex senador Diego Fernández de Cevallos. Este mensaje es particularmente llamativo por el hecho de que se acusa que los cercanos del secuestrado han abandonado el proceso de negociación sin dejar señales de un interés por rescatarlo. Para añadir dramatismo a la noticia, los "desaparecedores" incluyeron un breve perfil del ex senador en donde se resalta su posición social y política, su caracter déspota y su poca popularidad. La noticia está coronada con una nueva foto en la que otra vez se muestra al viejo vendado y con el torso desnudo, sosteniendo un fotografía en la que aparece de gala a lado del ex presidente Salinas. Esta noticia ha sido recibida de muchas maneras, incluso escépticas, pero yo quiero hacer un señalamiento más bien de índole moral.

Una de las divergencias de opinión que ha generado todo este episodio es acerca de la censura o alabanza dirigida a los secuestradores: ¿Cómo tenemos que juzgarlos? ¿Son héroes o delincuentes? ¿Sus acciones son encomiables o reprensibles? Me interesa comentar este punto. Partiré con un comentario a una opinión lúcida manifestada en este mismo blog, que asestaba lo siguiente:

Fernández de Cevallos habría de ser juzgado por sus buenas o malas obras... en un sentido más bien jurídico o penal. El asunto es que, en un país con una historia tan larga y pesada de impunidad y atropellos hacia los que menos tienen, parecemos conformarnos e, incluso alegrarnos con la llamada "justicia poética"... El sufrimiento de un cacique y su familia no repara 100 años de injusticias y atropellos políticos en este país... El hecho del secuestro o muerte de cualquier persona es un evento lamentable y condenable, por más nefasto que resulte el secuestrado en cuestión. La injusticia se paga con justicia, no con más injusticia... No debemos, en un arrebato de sentimiento de compensación, degradar nuestra dignidad al nivel de aquellos que históricamente han pisoteado el derecho de bienestar de los mexicanos.
Hay muchas ideas importantes qué señalar; pero me limito a subrayar tres puntos. Por un lado, la importancia de la legalidad, y de entender la justicia bajo este marco de común acuerdo entre los miembros de una sociedad. Por otro lado, la pusilanimidad de satisfacer nuestras expectativas de redención en una vengadora "justicia poética". Y finalmente, la idea transversal del juicio que corresponde formular en relación a Diego.

Roberto Vivero pretende conducir la discusión al área del derecho. Sostiene que es ahí donde se tienen que juzgar las acciones de los delincuentes. Es evidente que tiene que ser así en cuanto a lo que se refiere a las infracciones contra el estado de derecho: el hombre tiene que rendir cuentas por cuanto
s quebrantos de la ley haya cometido. Así pues, México debe llevar a juicio político a quien haya abusado de los poderes que el Estado le concedió. Pero la sugerencia de una "justicia poética" en la que presuntamente los mexicanos buscamos satisfacer nuestras ansias punitivas, por cuan ilustrativo y atinado que parezca en su área, no es apropiado para enfocar el problema de las emociones en lo referente al juicio moral.

Es verdad que mucha gente ha visto la desaparición del viejo panista como un signo de justicia. Esto es en parte lamentable por las mismas razones que expone Roberto Vivero. Lo que me preocupa es que se desdeñe el hecho de que muchos mexicanos estemos muy lejos de sentir abatimiento por el desenlace de la vida de este hombre, y que la razón de este sentimiento generalizado sea una respuesta moral justificada. Me explico.


Un problema serio de la filosofía moral kantiana, y que se ha vuelto además un lugar común de sus críticos escolares, es la nula vida emocional del agente virtuoso. Para que una persona actúe moralmente debe actuar por respeto hacia la ley moral. Y cualquier otra causa que motive a la acción abandona el terreno de la libertad para entrar al terreno del determinismo del mundo natural. La corporalidad de las emociones: la alegría, la tristeza, el enojo, la decepción, toda emoción relacionada con la vida moral parece quedar, entonces, desterrada de la vida virtuosa. Esto es una grave distorsión de la relación entre las emociones y la moralidad. Y tenemos que evitar esta distorsión, si hemos de reflexionar acerca de valores.

Es verdad que el principal motor de las ansias kantianas por expulsar los sentimientos del juicio moral es rehuir de la contingencia en pos de la objetividad. Es un lugar común la idea de que la razón regula la temperatura emocional a su punto ideal --el grado cero--, y que de esa manera es capaz de producir juicios objetivos. Esta idea tiene cierta plausibilidad. Todos hemos reconsiderado algún agravio a la luz del posterior sosiego de la ecuanimidad, y descubrimos que nuestras consideraciones anteriores eran viscerales, que el nuevo juicio es más atinado al no estar influido por nuestra efervescencia emocional. Esta es claramente una idea negativa acerca de la relevancia de las emociones para la inteligencia práctica.



Bajo un lente aristotélico, es posible pensar que la única manera de juzgar atinadamente ciertos objetos de orden moral es bajo estados motivacionales específicos, por ejemplo, una emoción determinada. Es atinado enojarse ante la recepción de una injuria y es incorrecto no hacerlo (Aristóteles, Ética Nicomaquea, Libro II). Esto nos da pie a pensar que incluso ciertos fenómenos son aprehensibles moralmente sólo desde un estado tal que pueda ofrecer una comprensión atinada del fenómeno vivido.

El punto que quiero señalar es que la crítica mora
l cabe en el tema del secuestro de Fernández de Cevallos, y que las emociones juegan un papel importante. Todos aquellos que más o menos hayamos tenido seguimiento de la trayectoria de este hombre, conocemos su baja calidad moral. Y le atribuyo a este juicio moral el hecho de que me amargue el rato observar el rostro de este hombe en el televisor. La evaluación moral no es una cuestión de meros gustos, se basa en el reconocimiento de los rasgos morales de una persona. Más o menos de modo análogo a cómo fruncimos el seño al chupar un limón, o como uno cierra los ojos ante el flashazo de una cámara, igualmente se tiene una respuesta emocional (motivacional) negativa al contemplar libremente auténticos rasgos de corrupción.
Ahora la discusión da para mucho y yo sólo quiero precisar algunos pequeños puntos acerca de la importancia de los sentimientos contra este hombre. Básicamente: que el hombre se los ha granjeado. Es una respuesta razonable al tipo de persona que es. Por así decir, si no te hierve la sangre contra este hombre, es que simplemente no has comprendido su grado de corrupción; no has logrado formarte un juicio atinado sobre su persona. Incluso se ha acusado que las personas que no experimentan la indignación moral en este sentido, si no modifican sus creencias y actitudes, es porque juzgan con indolora hipocresía [vid. G. Lipovetski, El crepúsculo del deber, Anagrama].

La importancia de estos señalamientos proviene del surgimiento de algunas voces que, como la de mi colega Roberto Vivero, se horrorizaran por el triste hecho de que hubiera personas que sintieran satisfacción por el secuestro del jefe Diego. Pero la estrategia de Vivero fue inteligente, él se refirió en todo momento a una cuestión de distribución de justicia y decidió que el asunto debía tratarse en términos de derecho. Pero hay personas menos buzas que sí abordaron esta complicada cuestión por su vertiente moral, y lo hicieron –no es sorprendente– con graves deficiencias éticas.
Tal es el caso de la sra. María Luisa Díaz de León del periódico El Economista, que publicó una nota moral muy confusa los primeros días de la desaparición del viejo político. En esa nota brilla con sublime convicción el principio categórico:  "No desees a los demás lo que no deseas para ti mismo". Ahora, hay que decir que a pesar de su extendida popularidad, el filósofo prusiano Immanuel Kant demostró en el s. XVIII que la "Regla de oro" no logra pasar la prueba de universalizabilidad moral, y esto la invalida. Como mucha gente, María Luisa cree que no se le debe desear mal al prójimo porque a nadie nos gustaría que los otros se alegraran de nuestras desgracias. Explica: “A mí el jefe Diego no me simpatiza pero esto no es razón para desearle el mal”. Lo diré de esta manera: hay muchas y muy graves distorsiones morales en esta forma de pensar. Primeor, no tiene mucho sentido dar el mismo trato a una persona virtuosa y a una persona viciosa. Si creemos que no hay nada de erróneo en esto, es que no comprendemos el sentido de la institución moral. La crítica moral precisamente consiste en la modificación de nuestras opciniones y actitudes hacia las personaes inmorales. Puede ser que quienes suscriben la "regla de oro" sientan se sensibilizan frente al sufrimiento de la esposa y demás familiares de Diego: al fin --dirán-- ¿por qué tienen que pagar otros por los pecados del viejo político? Pero la experiencia emocional que muchos mexicanos sentimos hoy no está dirigida contra la familia de Diego, sino contra el mismo Diego y sólo contra él.
Ahora, a diferencia de como cree la sra. María Luisa, cuando hablamos de moral no hablamos de simpatías o antipatías, sino de virtudes y vicios. Es claro que de un mero gusto no se deduce un valor moral. Al jefe Diego no lo reprobamos porque nos caiga mal, sino porque es un cínico criminal, y lamentablemente uno intocable por el sistema corrupto de nuestro país.  Entonces, sostengo que se debe atender a las consideraciones de esta situación con delicadeza para inferir un juicio crítico que tienda a concebir objetivamente el mérito moral de Diego. El problema con la “regla de oro” es que concede demasiado para él: supone que todas las personas merecen el mismo respeto siempre y bajo cualquier circunstancia. Pero no: es necesario poder evaluar el mérito de las personas, justo eso es lo que le da sentido a la institución moral. Es parte de nuestra naturaleza ser sensibles a este tipo de aspectos del mundo, no podemos negarla sin negar simultáneamente nuestra experiencia humana.
Ciertamente hay una tradición religiosa que promueve el perdón y la compasión hacia el prójimo, y yo le guardo mucho respeto. Pero creo que hay mucho que reflexionar al respecto, y no deseo defender ninguna gran tesis por el momento. Sólo señalaré brevemente un punto delicado. La idea de "poner la otra mejilla" ante las injurias que recibimos por parte de otros puede ser una actitud muy peligrosa. No la condeno, pero sí quiero sostener --por el momento sin argumento-- que México es un país que necesita de una moral menos cristiana en este aspecto. Históricamente, el nuestro ha sido un país abusado por las grandes potencias mundiales, que han impedido su desarrollo económico e incluso espiritual. No sería muy difícil encontrar la conexión de estos abusos con nuestro precario estado de inseguridad actual. La moral cristiana debería valer sobre todo para esas potencias mundiales neo-colonialistas, y no para los países que explotan.


Ahora, por supuesto no negaré que hay algo lamentable en la falta de compasión y humildad, como bien lo observan Roberto y Maria Luisa. Pero no se tiene que perder de vista el punto central de la cuestión: lo lamentable es que presenciamos el desenlace de una larga vida de corrupción, y de sus efectos negativos sobre los ciudadanos de una dolorosa nación. Los mexicanos somos las víctimas de este personaje ruin. Ciertamente cometió crímenes y éstos son materia del Derecho, pero su ilegalidad raya en lo inmoral. Y moralmente es como se decide el tipo de trato que merece ese viejo político de nuestra parte, de sus víctimas.

Hasta este punto no he dejado de referirme a las actitudes morales del ciudadano corriente, no a los captores de Diego. No me parece que una actitud de indiferencia ante la "mala suerte" de ese hombre tenga nada que ver con un inmoral desprecio hacia la vida humana o algo por el estilo. Al contrario, tendría un peor impacto para el orden moral resistirse a reprobar a un hombre reprobable: implicaría una falta de respeto hacia sus víctimas. Las razones morales expuestas en un juicio, si están plausiblemente justificadas, legitiman el repudio y la intolerancia hacia la conducta corrupta de un hombre corrupto. Porque no tiene sentido tolerar lo intolerable, no tiene sentido darle un trato digno a lo que es indigno (aunque hay que matizar este punto). Las razones morales que legitiman el repudio sólo están disponibles para las personas que han logrado sensibilizarse lo suficiente, quienes logran captar los valores implicados en una determinada situación.
Pero vuelvo a la difícil pregunta inicial de mi texto: ¿son los secuestradores elogiables o reprobables?
Por supuesto actúan en la ilegalidad. Pero ¿este sería un buen criterio para juzgarlos moralmente? No lo creo. Esta cuestión nada trivial no puede ser resuelta con los elementos de que disponemos a estas alturas. Se sabe muy poco acerca de sus propósitos. Bajo la hipótesis de que representan un grupo revolucionario, tenemos razones para creer que sus acciones tienen alguna positividad a ser discutida. Este hecho no puede ser ignorado. Las acciones pueden ser debatidas desde distintas concepciones acerca del valor moral. Pero cabe la posibilidad de que los secuestradores tenga, de hecho, algún mérito moral. Y esta sola posibilidad es lo que me interesa señalar. Sólo queda suspender el juicio hasta nuevo aviso.
Sin embargo, es posible considerar momentáneamente a los secuestradores por los efectos de sus acciones. Al fin, son los captores de uno de los políticos más corruptos en México, una de las ratas más viciosas en nuestro triste país plagado de ratas. Y eso es siempre causa de celebración.