viernes, junio 12, 2009

Vivir es hablar

Por Carlos Vargas

…por mucho que se pueda asumir racionalmente que la muerte propia no es experimentable y, por tanto, no afecta nuestra sensibilidad ni es imaginable ni alcanza a nuestros sentimientos, nadie podrá negar el enorme poder de afección que acompaña a todo lo que concierne al hecho universal de morir.
Josu Landa


Morir no es cualquier cosa por muy cotidiano que ello parezca. La muerte, según decían los existencialistas, acompaña al hombre desde su nacimiento. Desde esta perspectiva, cada día es un paso adelante hacia el fin absoluto; aquello de lo cual nadie ha podido narrar su propia experiencia: la muerte.
La muerte es absolutamente a-racional. No hay manera de representarla porque ante su presencia ya no hay representación. El logos enmudece en quien muere. A este respecto, es evidente que la pérdida de lo que es más familiar al hombre, esto es, la palabra y el pensamiento (logos), resulte estremecedor porque, en efecto, en vida se experimenta el sentimiento de pérdida que se agudiza cuanto más íntimo sea lo que se pierde. El logos es –quizá– la propiedad más vital del hombre, su pérdida, entonces, es mortal.
Heidegger pensaba que no era el hombre quien tiene al logos sino al revés. El habla –pensaba el filósofo alemán– es lo que “toma” al hombre en cada acto comunicativo concreto. Puesto así, pareciese que el habla es una especie de entidad que subsiste independientemente del hombre. Pero, en realidad, lo que se puede leer en tales pensamientos, es que el lenguaje no se agota en el acto discursivo de los hombres en particular. Dicho en otros términos, el habla es algo que trasciende al hombre; cuando el recién nacido se encuentra en el mundo no se inicia su habla cuando emite su primera palabra. Más bien, el niño se incorpora al lenguaje hablando [1].
De lo anterior es interesante resaltar el carácter trascendente de la palabra y, por tanto, de las ideas porque ellas no mueren cuando perece el ente concreto que las emite. La palabra y la idea perdura mientras haya hombres, lo cual implica que puede morir el autor, pero su creación perdurará si hay al menos un receptor que aloje lo dicho y lo pensado. La palabra y el pensamiento, que se articulan en el discurso, es lo que da testimonio de la vida de un hombre aunque éste haya muerto. Así pues, siguiendo en este punto a Heidegger, el hecho de que al hombre lo “tome” el habla, garantiza que se encontrará, lo quiera o no, con algo que alguien ya ha dicho aunque el emisor haya fallecido.
Hablar es vivir. La palabra que cada individuo concreto emite es, a un tiempo, su afirmación como perteneciente al género humano (que es lo que permanece y comparten los hombres que viven mientras otros mueren); su herencia de los antepasados (cercanos o lejanos) y, por último, su garantía de eternidad mientras que alguien más en el futuro diga lo que aquél expresó en vida. La muerte sólo triunfará cuando logre llevarse a todos los hombres de la Tierra al mismo tiempo; pero, hasta ahora, la muerte se ha mostrado impotente a este respecto. El absoluto mutismo aún no se ha consumado, por ello estamos dialogando y vivimos para contarlo.
Nota
[1] Evidentemente, se emplean los términos ‘habla’ y ‘lenguaje’ refiriendo al mismo fenómeno, aunque, desde luego, para Heidegger, sí hay una diferencia cualitativa entre uno y otro. Para el alemán, ‘habla’ sería el hecho “natural” de comunicarse a través de las palabras (diálogo); por su parte, ‘lenguaje’ sería el conjunto de normas semánticas, sintácticas, en suma, gramáticas, que regulan el habla.

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