Que extraña sensación la del secuestro de Fernández de Cevallos. Como si aquellos personajes intocables, inalcanzables, cuasi divinos, en tanto que dictan de algún modo nuestros destinos, se convirtieran súbitamente en simples mortales (y de hecho lo son).
Quién diría que aquél viejo barbudo de gesto prepotente, intocable, cacique, siempre con un puro en su mano peluda y llena de poder, ha muerto a manos de otros o, al menos, que su libertad se ha visto brutalmente cortada. Unos dicen que lo han secuestrado, otros dicen que ya murió... el hecho es que nadie parece saber nada y la sensación que impera es que nadie, absolutamente nadie es impune al halo de violencia que penetra nuestra cotidianidad.
¿Cómo debemos reaccionar? ¿acaso se merecía el viejo semejante destino? Y es que hablamos de un personaje ciertamente siniestro, oscuro; un abogado del diablo lleno de intereses y manejos sucios, tanto en su vida privada como en la profesional. Sin embargo, hay que decir que lejos estamos de juzgar sobre lo que una persona merece o no en su vida.
Fernández de Cevallos habría de ser juzgado por sus buenas o malas obras (que parece tienden a ser más malas que buenas) en un sentido más bien jurídico o penal. El asunto es que, en un país con una historia tan larga y pesada de impunidad y atropellos hacia los que menos tienen, parecemos conformarnos e, incluso alegrarnos con la llamada "justicia poética".
- Que bueno si lo secuestraron o si lo asesinaron, se lo merece -
Aquello bien podría decirnos algo sobre nosotros mismos. Y es que, aunque solemos hacerlo, no podemos ni debemos alegrarnos con la desgracia de otros. El sufrimiento de un cacique y su familia no repara 100 años de injusticias y atropellos políticos en este país.
El hecho del secuestro o muerte de cualquier persona es un evento lamentable y condenable, por más nefasto que resulte el secuestrado en cuestión. La injusticia se paga con justicia, no con más injusticia. De ahí que el mismo Aristóteles afirmara que la ley del talión no puede ser principio universal de sociabilidad o virtuosismo. El derecho a la libertad es universal, así como el derecho a la vida. No debemos, en un arrebato de sentimiento de compensación, degradar nuestra dignidad al nivel de aquellos que históricamente han pisoteado el derecho de bienestar de los mexicanos.
Nuestra meta debe ser que, si alguien ha de pagar por su daño a la sociedad, que lo haga en el marco de la legalidad, no de la ilegalidad, la injusticia o la justicia poética. La muerte nefasta de un personaje nefasto no soluciona nada y, lejos de sentar un precedente de miedo entre los altos puestos burocráticos que los haga trabajar mejor, bien podría ser el comienzo de nuevos "mártires" en esa larga y dolorosa "lucha del gobierno contra el crimen organizado" (sea lo que eso signifique).
martes, mayo 18, 2010
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