jueves, octubre 04, 2007

¿Y de qué vas a vivir?

Como se puede apreciar, ésta es una pregunta esencial en el quehacer filosófico y humanístico en general. Para “ganarse la vida” hay que tener un oficio, una actividad remunerada que permita solventar las necesidades básicas tales como comer, tener un refugio, vestido, en suma, la supervivencia. Claro está que para poseer una labor, el sujeto debe ser eficiente y, por lo tanto, productivo; de modo que su oficio cause algún beneficio.
La clave está en la producción. En estos tiempos, las personas deben “rendir al máximo”; es la eficiencia lo que se exige hoy en día. Menester es, consecuentemente, rendir cuentas, presentar resultados o ser hábil para el neg-ocio: para ganarse la vida hay que trabajar en algo útil; el hombre sirve para fabricar cosas que sirven. ¿Es el hombre esclavo de sus servicios? Curiosa ironía: para “ganarse la vida”, el hombre invierte –literalmente– su vida en el trabajo. El sujeto, por tanto, está siempre apurado, sobreviviendo al día; se halla, en suma, necesitado. Esto es lo que Eduardo Nicol consideró como “el imperio de la necesidad.”
Ante las presiones cotidianas, las personas poseen tiempos limitados para desarrollar sus actividades. Ser funcional, esto es, la eficacia, reclama agendar la vida, establecer horarios y, por consiguiente, no perder el tiempo (ni la energía) en cosas inútiles: el ocio no es negocio. En este contexto, la actividad de pensar no puede ser más que un medio cuya finalidad es clara: la utilidad. Hay que pensar, entonces, para producir. Como se ve, el pensamiento está condicionado.
¿Dónde queda, entonces, el “libre pensamiento”? En un mundo donde hay que ser productivo, donde hay que sobrevivir y ello con el tiempo encima, es evidente que los actos reflexivo y creativo, no tienen cabida. Las humanidades, aquellas actividades que están al margen del ámbito de lo pragmático, se ven reducidas a causa de la finalidad utilitarista: hay una cierta agonía de lo humano. Las obras de arte, la música, la literatura, la historia y, desde luego, la filosofía, no poseen valor en sí mismas para el pragmático. Para éste, las humanidades tienen valor si producen alguna utilidad.
Se suele señalar una distinción pertinente para esta reflexión, a saber: no es lo mismo lo práctico que lo pragmático. Esto último se refiere al ámbito utilitarista que exige certeza y concreción. El negociante, el fabricante y, hoy por hoy, el profesionista son pragmáticos, o sea, tienen una función y no pierden el tiempo, sino que lo explotan en pos de una mayor competitividad, lo cual se traduce en una producción aprovechable.
Lo práctico se refiere más al ámbito de la acción en general. No hay que olvidar que las humanidades, si bien no tienen por qué ser pragmáticas (de ahí que sean actividades libres) no pueden evitar ser prácticas: ser filósofo, ser poeta, ser historiador, etcétera, es un modo de ser hombre humano, es decir, un modo de llevar a cabo la vida: el libre pensamiento se ejercita, por ello es una práctica.
La filosofía lleva a cabo una actividad (amorosa) que consiste en fomentar el pensamiento libre de dogmas: ser filósofo es ser crítico y auto-crítico, es estar constantemente al cuidado de uno mismo. Pero esto no es una actividad aislada; el filósofo dialoga y, a través de ello, ese individuo reconoce y conoce al otro: pensar libremente implica alteridad.
Ser filósofo es un modo de ser hombre; es una manera de llevar a cabo la vida, es praxis. Vivir filosofando es vivir humanamente. Lo estremecedor es que lo pragmático uniforma la vida y, literalmente, la des-humaniza. Siguiendo esto, habrá que reparar en el hecho de que, al reducir el espacio vital de las humanidades, lo pragmático no atenta sólo contra unas profesiones, lo que está en juego es una forma de vivir, o peor aún, lo que está en riesgo es el hombre en tanto humano: lo insólito es el avance de homo faber sobre homo humanus.
Con todo, y a pesar de que cada día se ignora más la dignidad de las humanidades y de la filosofía en particular, aún sigue vigente aquella hermosa sentencia socrática: una vida sin examen no vale la pena ser vivida. “¿Y de qué vas a vivir?” Habría que cambiar la pregunta: ¿para que vivir sin filosofar? Más aún: ¿para que vivir sin ser humano?

1 comentario:

Robertson dijo...

Mi estimado Carlos, antes que nada, te mando un abrazo, así como un buen saludo.

Sabes, al pensar en el problema tratado por Nicol respecto a las humanidades, me parece que no es lo mismo decir que las humanidades son un conocimento desinteresado y, por lo tanto, libre en algún sentido, que decir que la investigación humanista misma sea libre. Y es que, si no se viera a sí misma como interesada [en el dar cuenta de si, del ser, simplemente no podría ser... toda investigación humana parece responder a su propia naturaleza [la humana] y, en ese sentido, ella misma está permeada, en su poyesis, al estado de dualidad entre libertad y necesidad; de modo que convendrás conmigo en que nadie, al menos intuitivamente, hace algo que no "le llame" o que no considere importante o interesante; de ahí que, aunque la ciencia siempre se utiliza en un modo pragmático, lo importante, en en todo caso, recide en el nivel o la perspectiva pragmática. Incluso, si hacemos un poco de memoria, tenemos que, para ciertos paradigmas de la existencia [el griego por ejemplo], el ocio no significa o representa el embotamiento corporal y mental, sino, muy por el contrario, la perfecta oportunidad para la re-flexión.

De cualquier modo, pareces tener razón cuando dices que el hombre necesita dar y rendir al máximo en su "oficio"... pues parece que ya no tiene ni energías, ni ganas de estar ocioso.

Me gustó tu post, sólo quería comenta un poco