El eje central es la diferencia en cuanto a las visiones que se tiene sobre la labor de la Educación Media Superior: o bien es técnica porque el país requiere trabajadores (visión de la SEP), o bien es más compleja por lo que se requieren profesionistas (visión de la UNAM). De acuerdo con la ideología de la “máxima casa de estudios”, el bachillerato no se reduce a tener una profesión u oficio para que el egresado sólo sea técnico y, por tanto, sirva útilmente a la nación; lo importante –podría deducirse– es la formación integral del individuo a partir del conocimiento. Esto suena casi al viejo dicho de cierto jesuita conocido: “la verdad os hará libres”.
Los comentarios sobre esta noticia indican una apasionada (y, por tanto, a veces poco lúcida) defensa frente a la UNAM. No se quiere decir con esto que la “máxima casa de estudios” esté equivocada y que debería aceptar la RIEMS, sino que la discusión no pone como centro la educación sino el presupuesto. Dicho en otros términos, la diferente visión que tiene la UNAM sobre el bachillerato funge como la justificación de por qué debe recibir el presupuesto aunque rechace la RIEMS. Lo que no queda claro es si tal presupuesto, entonces, va a ser reducido del que se le otorga a la UNAM o si era un “dinerito extra” por participar en la reforma; en caso de que sea esto último, queda claro que no habría por qué “justificarse” ante la SEP, y simplemente continuar con la autonomía que caracteriza a la universidad. Ahora bien, si el presupuesto va a ser sustraído de lo asignado a la UNAM, entonces sería, efectivamente, una medida de coerción que viola la autonomía y la libertad de cátedra universitaria.
Sea como sea, el problema evidencia la dependencia que tiene la educación a la economía. Si fuera una sustracción presupuestal a la Universidad, parecería que ello representaría una calamidad en la posibilidad de educar. Quizá la falta de presupuesto supone falta de salarios y, por tanto, de ganas por enseñar (y es que muchos maestros ejercen el magisterio para poder tener un salario; sin éste, tal vez la vocación perdure, pero el hambre mata). La noticia, entonces, conduce a plantear un problema mayor: ¿cómo pensar una educación no sometida al ámbito económico?
En el fondo –se reitera– el punto de que se respete la autonomía y no se ejerza una presión externa a la UNAM, quiere decir que se brinde el presupuesto aunque no se compartan las visiones educativas: se puede educar (¿como sea?) mientras haya presupuesto para ello. Esto es, sin duda, la auténtica crisis de la educación.
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